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Entre los modos posibles desde los que se hace frente a los cambios propios de nuestra época, el asco vuelve a tomar cuerpo.

Esos modos posibles, siempre particulares, aunque a veces se presenten en manadas, se reflejan sintomáticamente en: la dejación a la hora de relacionarse, la negatividad y el desafío en la interacción con los otros, y el refugio en la visión engrandecida de uno mismo acompañado de una profunda desvalorización.

“Sigo sintiendo asco por todo y por todos… ¿¡Pero quién me creo!?. Es asco hacía mí mismo”

“Me siento más cómodo siendo superior o una mierda, me siento peor al sentirme uno más”

Conductas en las que cobran gran importancia los actos, el valor dado a los mismos y una necesidad imperiosa de darse a ver. Podría decirse que a vida o muerte.

“No me creo allí, estoy a la mirada de los otros. No miro, solo miro a quien me mira, estoy fuera de mí”

Ante la caída de los universales culturales que antes aportaban cierta sujeción, desde los que podíamos reconocernos y hacernos reconocer, fuese identificándonos a ellos o luchando por cambiarlos; aparece la tendencia cada vez más generalizada de la vivencia de los otros como amenazantes, ligada a un fuerte vacío existencial.

“Me encuentro entre lo que era antes y los cambios de ahora. Antes pasaba de todo, ahora las cosas me afectan. Pero hay una tristeza y un bloqueo de base, innombrable, desconectado de lo que lo ha producido que sigue ahí”

Es aquí donde el asco retoma su vertiente más básica y sujeta a la supervivencia, sin servir ya de freno, de dique, de prohibición que salvaguarde al propio cuerpo. Cuerpo que en el encuentro con la alteridad se ve desbordado, sin que las palabras puedan ya dar cuenta de ello, perdiendo estas su carácter contenedor frente a los estímulos y las imágenes. Pasa a imperar el acto, donde lo que se logra representar produce el mismo efecto que lo presentado, cuya acción compromete el propio cuerpo.

“Lo noto en el cuerpo. La diferencia está en las herramientas que tengo o dejo de tener para no sentirme invadido, en dónde poner los límites frente a los otros”.

Las vivencias del propio cuerpo se vuelven entonces hacia la propia persona. Experiencias que nos hablan de un no poder enfrentar la pregunta a cerca de aquello que a cada cual nos causa y nos angustia.

Será en el encuentro singular con la figura del analista, en el que el lenguaje media y pone en acto la diferencia subjetiva, que el paciente podrá aventurarse a poner a circular las identificaciones, el dar o quitar valor a las cosas y a sí mismo, en la búsqueda incesante de ser amados. Siempre y cuando el analista renuncie a su propio deseo, por fuera del deseo de analizar, y muestre que algo le falta. Lo que permitirá que quede así por fuera de este, aquello que solo por la vía del deseo el propio sujeto podrá crear.

Aún cuando dicha creación pase en algunos casos por la construcción de una identidad menos lábil, más consistente, que nos permita a cada uno vérnoslas en lo social sin tener que lidiar con las diferencias a vida o muerte.

“Me estoy labrando una imagen y quién quiero ser”.

(Fotografía de una obra de Gunther Von Hagens)

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