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Foucault nos propuso en El poder psiquiátrico una breve historia de la verdad en general. Nos contó que eso que llamamos saber científico es un saber asociado a una concepción concreta de verdad; una suposición de verdad cielo, que como el cielo que se alza sobre nuestras cabezas está universalmente presente por más que no todo él sea visible a causa de las nubes. Una verdad que está en cualquier lugar y en todo tiempo, con referencia a cualquier cosa se puede uno preguntar sobre ella. El saber científico cree que aunque hay momentos donde es más fácil encontrarla e instrumentos que nos permiten captarla con mayor o menor precisión, toda ella ya está ahí. Se trata de descubrirla cuando está oculta y si en toda su extensión no se aprehende es debido a nuestras limitaciones. En tanto se logra desarrollar instrumentos y definir categorías podemos ir accediendo a ella. El saber científico se asienta en una concepción de la verdad que se liga a una tecnología de la demostración.
Ahora bien, hubo en otro tiempo otra postulación distinta de la verdad que fue recubierta por esta tecnología demostrativa de la verdad. Una verdad rayo, “una verdad dispersa, discontinua, interrumpida, que solo se produce de tanto en tanto,(…) que tiene sus lugares propicios, (…) su geografía, (…) su propio calendario”.

Una verdad que pasa rápidamente como un rayo, ligada a la ocasión. Ahí entra Kairos, Kairos es el momento adecuado u oportuno, habla de la ocasión que debe aprovecharse, aferrarse. Un momento que tiene una duración de tiempo indeterminada, en la que como si de un portal se tratase aparece una apertura donde emerge una verdad singular, un decir que nos concierne, que para nada es el mismo en todos y que no tiene el mismo valor en uno mismo en diferentes momentos cronológicos. Una oportunidad donde un anudamiento distinto puede trazarse.

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