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“Las dos primeras noches no pude parar de masturbarme, consciente de la proximidad de mi padre, que dormía solo en la planta de abajo, en aquella cama descomunal del lado oeste de la casa. No podía remediarlo. Quería, y no quería, que entrara en la habitación y me follase. Cosa que hizo la tercera noche.”

Este es uno de los primeros párrafos de un libro de reciente publicación llamado Diario de un incesto (ed. Malpaso), cuya autora ha preferido permanecer en el anonimato.

Es una obra que, cambiando algunos datos para proteger intimidades, recorre toda la vida de la escritora y elige expresarse, cuando se refiere a escenas de abuso sexual, en términos directos, literales, obscenos, para transmitir, creo, el punto traumático de todo el asunto.
Un hecho no asume la condición de traumático por el contenido en sí mismo sino por el exceso que supone al aparato psíquico, que no logra simbolizarlo, es decir, aprehenderlo mediante unas categorías de lenguaje que lo ordenen y propicien ciertas significaciones pacificantes.

Podemos concebir la función principal de este libro como un intento de simbolización de estas vivencias traumáticas, con su tono de golpe permanente y a-histórico, de transformarlas en experiencias, en el sentido de unas situaciones que producen una marca plausible de ser dialectizada. Esto supone la puesta en juego de la dimensión temporal, es decir, del sujeto en su versión más cabal; estrictamente, trauma y sujeto se excluyen. Por estas razones la veracidad de cada escena queda en un segundo plano pues lo fundamental es que aparezca un texto que posibilite una novedad. Tal como plantea Freud en 1937, más que la interpretación, la construcción es la operación necesaria para producir un acto; se trata, así, de una invención. Pero para que esa invención toque algo de la verdad debe incluir, inexorablemente, la ambivalencia, los polos opuestos pulsionales que se presentan al mismo tiempo. Se puede pensar que de la ambivalencia es factible extraer una verdad; nosotros preferimos una afirmación más radical: la ambivalencia es la verdad. Por tanto, se requiere formularla y sostenerla, sin intentar resolverla, lo que confronta directamente con un quantum de angustia por la que se debe responder, es decir, responsabilizarse. Es lo que destacamos del texto que mencionamos, que no reniega de los impulsos, sensaciones, sentimientos e ideas más rechazados para construir un relato que haga vivible aquello que por definición –el trauma- va en contra de la vida.

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